lunes, 26 de diciembre de 2011

Parásitos

Si alguno de ustedes ha hojeado (sí, con H, mírenlo en la RAE) alguna vez un libro de biología, puede que se hayan topado con las relaciones entre distintos seres. Estas relaciones pueden ser de muchos tipos, pero los alumnos, sabios donde los haya para encontrar el camino ideal hacia conseguir la nota máxima con el mínimo esfuerzo, siempre nos estudiábamos las dos más importantes, las más llamativas, las relaciones simbiónticas y las parasitarias.

Si yo ahora tuviera que explicar a un imaginario niño qué es una relación simbióntica, probablemente le diría que piense en algún amigo que le haya pedido un favor, el niño automáticamente pensaría en Pepito Pérez que le ha pedido porfaplis que le cambie la estampa de Mourinho porque la tiene repe, y ahora le diría, bien, pues si tú le cambias la estampa por otra que a ti te hace falta, tendréis una relación de simbiosis, es decir, ambos sacaréis algo bueno el uno del otro.

Si por el contrario tuviera que explicarle qué es una relación parasitaria le pediría ahora que se centrara en otra idea, que pensara en Pepita Pérez (hermana de Pepito, sí, en esta familia no son muy originales con los nombres...), y es que Pepita, sabionda donde las haya, le regaló a mi pequeñajo un coche teledirigido porque a ella no le gustaba ese juguete de niños y quería el maletín de maquillaje de la Señorita Pepis, y ahora, con maletín y todo, sigue llamando tarde si y tarde también a mi casa para que mi niño le preste el cochecito de marras. En este caso, Pepita es tan poco solidaria que no sabe centrarse y conformarse en lo que tiene, si no que arde en su ferviente deseo de perturbar la paz y tranquilidad de los demás, Pepita ahí donde la ven, tan mona con sus coletas (si, pónganla en la mente, llenita de pecas y con cara de Pipi la de las trenzas) es, lo que en esta sociedad más abunda, una auténtica parásita.

Pero por favor, no todo iba a ser biología, permítanme desearles unas muy felices Navidades y un próspero año nuevo, que yo por lo pronto, pese a parásitos y otros menesteres, lo estoy disfrutando como una desquiciada. Con muchísimo cariño, desde mi teclado directo a todos vosotros. ¡Feliz Navidad!

La insoportable levedad del ser

Siempre me ha gustado ese título, un maravilloso libro que, recientemente, han recomendado a un gran amigo, recomendación que yo, por descontado, he secundado. Para los que ni siquiera les suene, "La insoportable levedad del ser" es un libro en el que Milán Kundera le "saca los colores" al pensamiento del archiconocido filósofo René Descartes. Como alguno habrá oído alguna vez, Descartes nos decía esa maravillosa frase de "pienso luego existo" ("cogito ergo sum" en su latín original) pero Kundera, no contento con ese pensamiento tan generalizado, analiza al ser humano desde lo que es en realidad, desde los sentimientos, porque mirándolo desde un punto un tanto irónico, pensar pensar, no todos los humanos piensan, y alguno hay que se empeña además en dejarlo cristalino como el agua de un manantial, pero sentir... ¡ay del pobre que no sienta!

Pues bien, Kundera le da un giro nuevo a las palabras de nuestro amigo Descartes diciendo que "siento luego existo", palabras sabias por donde las mires. Y aquí llega mi análisis de cena entre amigos, hablando sobre los sentimientos, decidí preguntar a uno de ellos cuál es para él el sentimiento que une a todo ser humano. Mi amigo, infestado por ese toque de hippismo y fe en las convicciones de Rousseau de "el hombre es bueno por naturaleza" me contestó lo que la mayoría de personas medianamente felices te dirían. El amor. Rápidamente me apresuré a decirle ¿el amor? ¿crees que todo el mundo nace con la suerte de que le amen? No hablamos sólo del "amor" como el amor hacia una pareja o hacia una amistad, si no el amor fraternal de un hermano, un padre, un abuelo... ¿crees que toda la gente tiene la suerte del día que abandona este mundo poder decir "he amado"? No, querido, el amor no es común, el amor es un privilegio que no apreciamos lo suficiente. El sentimiento único es otro, algo que nos une a todos, que hemos sentido de menor o mayor forma hacia otros, pero también, algo que los demás sienten con ferviente devoción. Es un sentimiento increíble, que puede llegar a cambiar todo lo que conocemos, alterando la realidad a nuestro alrededor. Mi amigo, loco por saber a qué me refería, me dijo, "¿el odio?", pero no, hay gente que tiene la fortuna de sentir que no ha odiado nunca, fortuna en la que me incluyo y espero poder seguir así, no, el odio no es común y general, lo que nos une con un lazo invisible es otro, es ese sentimiento que hemos sentido alguna vez y que otros sienten hacia nosotros, el sentimiento en cuestión, mis pequeños roedores, no es ni más ni menos que la envidia. ¿La envidia? Si, uno de los siete pecados capitales de la antigua Biblia, la envidia es algo que sentimos por los demás, por los que tienen algo que queremos, a veces es sana, en el mejor de los casos, pero la mayoría de las veces viene acompañada por un poco de maldad. El problema llega cuando la maldad se va de las manos. Proseguía mi conversación con mi amigo, ya centrada en un debate sobre tan adulador sentimiento, cuando acerté a decirle "querido, si la gente te envidia, puedes estar contento, habrás conseguido algo bueno en esta vida, pero si por otro lado, quien te envidia llega a límites que rallan la sociopatía hacia ti, debes sentirte no sólo contento, si no orgulloso, porque entonces habrás conseguido algo realmente grande"

Y es así, a veces necesitamos pararnos a reflexionar, a ver a todos esos que están alrededor y a darnos cuenta de que tal vez, debamos estar orgullosos o por lo menos, contentos, y a quien le pique, como dice el dicho, que se rasque.

Buenas noches queridos!